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José Ismael Alva Ch.
Hablar de los mochicas, o moches, es referirnos a los comienzos de la arqueología peruana. Max Uhle, Alfred L. Kroeber y Rafael Larco Hoyle son los nombres de los investigadores pioneros que dieron a conocer, durante la primera mitad del siglo XX, la existencia de una antigua expresión cultural en la Costa Norte del Perú precolombino, que se caracterizaba por la producción de finos ceramios que comúnmente representaban escenas vinculadas a la religión y el ejercicio del poder.
En base a las investigaciones arqueológicas realizadas en las últimas décadas, presentamos lo que sabemos sobre los mochicas en la actualidad. Si bien no existe un pleno consenso entre los especialistas, la presente nota busca hacer una pequeña síntesis sobre los aspectos básicos del fenómeno mochica. El lector más acucioso y en búsqueda de mayor información podrá revisar las fuentes de este texto en la sección de bibliografía.
El investigador peruano Rafael Larco Hoyle propuso originalmente que los mochicas constituyeron un Estado centralizado con una ciudad capital, sin embargo, esta tesis hoy es insostenible. Existen bastantes evidencias que señalan la existencia de varias entidades mochica compartiendo similares códigos culturales entre los años 100 y 800 d.C. (Castillo y Donnan, 1994). La tesis más sostenida es que el origen de los mochicas se dió en el seno de la sociedad Gallinazo (200 a.C. al 100 d.C.), desarrollada unos 300 años antes (Millaire et al., 2016).
Por el año 100 d.C. surgió una élite que heredó antiguas tradiciones ceremoniales del periodo Formativo y diseñó un sistema religioso que adoptaron diversos grupos de poder afincados en los valles de la costa norte, generándose una ruptura al interior de la sociedad Gallinazo (Bawden, 1994, p. 398; Quilter, 2010, p. 235). Esta élite expandió y consolidó el sistema religioso valiéndose de la construcción de templos, adquiriendo un papel fundamental en el gobierno de la sociedad.
Asimismo, las élites mochica impulsaron la producción de un repertorio de finos objetos (cerámica, metal, arte mural, esculturas de madera, entre otros materiales), bajo un estilo general a cargo de destacados artesanos. Dichos objetos eran de suma importancia, dado que actuaron como soportes para plasmar códigos culturales (iconografía) y comunicar el sistema de creencias basado en la existencia de temibles seres sobrenaturales, la exacerbación de las jerarquías sociales, el enfrentamiento entre guerreros y el sacrificio de los sometidos.
Detrás de los templos, los objetos y la religión existió un grupo social que fue concentrando mayor poder político, ubicándose en la cúspide de la antigua estructura social Gallinazo (Bawden, 1994; Castillo y Uceda, 2008). A esta élite y su sistema religioso la identificamos como Mochica, o moche. Ejemplos de este segmento social son: El Señor de Sipán y el viejo Señor de Sipán (Lambayeque), El Señor de Úcupe (valle de Zaña), La Señora de Cao (valle de Chicama), así como otros personajes de alta jerarquía que portaban emblemas de poder ampliamente representados en la iconografía de la época.
A fines de la década de 1980, los arqueólogos discutieron la existencia de un único y poderoso Estado Mochica con su capital en el asentamiento comprendido por la Huaca de La Luna y la Huaca del Sol (valle de Moche), propuesta planteada inicialmente por Larco Hoyle y que gozó de gran popularidad entre los académicos y la comunidad en general por más de cuatro décadas (Bawden, 1994; Castillo y Donnan, 1994; Castillo y Uceda, 2008).
Con la intensificación de estudios arqueológicos ahora sabemos no solo que la distribución de los mochica es amplia, pues abarcaron catorce valles de la Costa Norte desde Piura hasta Huarmey (Giersz, 2011), sino también que la ocupación de este territorio no fue homogénea ni continua. Esto debido, aparte de factores geográficos, a las particularidades sociales y culturales de las poblaciones prexistentes y a las estrategias políticas emprendidas por las élites moches con su propia interpretación del discurso religioso dominante.
Así, en base a las marcadas variaciones del estilo cerámico mochica y a las diferencias en sus rumbos históricos, los arqueólogos han planteado la existencia de dos grandes territorios mochicas: Uno norteño, comprendido desde el Alto Piura hasta el valle de Jequetepeque; y otro sureño, integrado por una serie de valles desde Chicama hasta Huarmey. Al interior de estos territorios, cada valle habría desarrollado entidades políticas dividas en clases sociales.
Entre los años 600 y 650 d.C., los asentamientos mochicas experimentaron una serie de cambios importantes tras una crisis climática (Fenómeno del Niño) y por la tensión generada por la expansión Wari (Koons, 2014, p. 1051). Los “finales” o “colapsos” ocurrieron en distintas intensidades y tiempos, marcadas aparentemente por las decisiones políticas tomadas por las élites mochicas del Sur y del Norte.
En el territorio sur, cuya área principal fueron los valles de Chicama y Moche, las elites mochicas habían impulsado la producción de huacos retratos, vasijas escultóricas que representaban a los líderes moches, en un esfuerzo por trasladar el foco ideológico hacia su figura y acumular mayor poder dentro de la sociedad (Bawden, 1994). La alta frecuencia de este tipo de vasijas en el Sur, demuestra el énfasis y el relativo éxito de esta estrategia. Sin embargo, con la profunda crisis regional, las tensiones sociales se volcaron hacia la imagen de los líderes, ocasionando el descredito del sistema de creencias moche y al abandono de sus templos (Bawden, 1994, p. 402, 407).
Por otro lado, el territorio norte muestra que los ajustes al discurso religioso moche permitieron la supervivencia de su elite, pero destinada hacia una lenta agonía. La ostentosa tumba del Señor de Sipán (610 – 715 d.C.) correspondiente a ésta época, revela que algunos gobernantes mochicas norteños conservaron su poder en tiempos de la crisis social (Aimi et al., 2016). Asimismo, los asentamientos extensos con alta densidad poblacional alcanzaron mayor protagonismo. Tal es el caso de Pampa Grande (Lambayeque), donde, a diferencia del Moche Sur, el templo mantiene una posición destacada hasta su abandono en el año 750 d.C. (Bawden, 1994).
La Costa Norte del Perú es heredera de una milenaria historia de los pueblos precolombinos. En este proceso los mochica destacaron por el énfasis que dedicaron a la producción de objetos finos con alto valor simbólico y a la edificación de centros ceremoniales recargados de figuras religiosas. Nuestro conocimiento sobre el ascenso y caída de los mochicas ha ido renovándose en las últimas décadas, y lo seguirá haciendo en los siguientes años con mayores investigaciones arqueológicas.
Finalmente, tras el ocaso de los mochica en ambos territorios, nuevos grupos de poder asumieron el control de las sociedades con rasgos culturales aún más distintos entre sí. A ellos los conocemos como: Los Lambayeque en el Norte, y los Chimú en el Sur.
Bibliografía